Hoy los invitamos a escuchar nuestra reseña sobre un libro que los arrastrará con su furia: Furia (Almadia, 2021) de Clyo Mendoza. La novela, desde la voz de personajes marginalizados, habla sobre la violencia, el trauma generacional y las posibilidades del erotismo para re-escribir nuestra relación con el mundo. La lectura es magnífica, por Francesca Dennstedt (Southern Illinois University Carbondale).
“Soldado Uno y Soldado Dos se encontraron frente a un cadáver en cuyos ojos abiertos no se proyectaba el cielo espeso de la guerra, sino una luz que daba la sensación de la negrura.” Con estos dos cuerpos que han olvidado sus nombres ante la violencia de una guerra que tampoco se nombra, Clyo Mendoza comienza su primera novela. La fuerza poética de estas líneas, que además se mantiene durante todo el texto, obedece a la formación que Mendoza tiene como poeta. Es autora de Anamnesis (Cuadrivio 2016) y Silencio (Fondo Editorial del Estado de México, 2018), con el cual gana el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, siendo así la persona más joven en recibirlo. Clyo Mendoza nace en Oaxaca en 1993. Es licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma Metropolitana y ha sido becaria del fonca. Actualmente, escribe su segunda novela y colabora en un proyecto multimedia—nos advierte la solapa del libro.
Siendo hija de una maestra rural, Mendoza recorre la sierra mixteca recolectando historias que ahora forman parte de Furia. A grandes rasgos, en esta novela, la autora cuenta la historia del trauma generacional vivido por los descendientes de un vendedor de hilos que iba conquistando mujeres en pueblos y dejándolas embarazadas. Todos los personajes habitan un desierto sin nombre que ha sido azotado por una guerra que bien puede ser la de la revolución mexicana, la del narcotráfico, la violencia a la que se enfrentan los migrantes en la frontera norte o cualquier otra guerra árida en cualquier lugar fuera de México. En Furia, este tipo de especificidad no importa porque la guerra no solo borra nombres sino que aniquila todo sentido de pertenencia. Y, sin embargo, poco a poco los personajes de Furia se van re-construyendo como cuerpos que sienten y experimentan el trauma desde posiciones disidentes. Cada uno de ellos tiene una manera diferente de habitar el mundo, ya sea por su sexualidad no normativa, por su condición de género o capacidad neuronal, o simplemente por ser un cuerpo inscrito en un tiempo y una geografía que los separa del resto del mundo.
Ya varios críticos y críticas han apuntado que Furia es una novela con una fuerza erótica que alucina y horroriza. Me parece que la novela es un ejercicio literario cuyo propósito es explorar las posibilidades éticas y políticas del erotismo y de las llamadas emociones negativas como pueden ser la ira, la furia o el odio. Dice la autora:
La idea judeocristiana dice que la furia, el erotismo, no tienen ningún poder trascendental. Creo que es algo que nos han enseñado sobre todo a las mujeres, una moralidad que también ha aprovechado el Estado en su laicidad como un sistema de sometimiento ideológico […] Hay que replantearnos por qué la ira y el erotismo han sido tan mal vistos a lo largo de la historia, si son una fuerza liberadora y evolutiva, dos rasgos que nos hacen la especia que somos.
Por su parte, la filósofa mexicana Rosaura Martínez Ruiz ha argumentado que el erotismo contiene el potencial de re-direccionar nuestro sentido de sociabilidad hacia un espacio donde las diferencias y las disidencias se celebren sin querer reinscribirlas a una nueva armonía unitaria o verdad absoluta.
Lázaro y Juan que son a su vez Soldado Uno y Soldado Dos recuperan sus nombres al mantener una relación erótico-afectiva que los lleva a cuestionarse todo. Lo mismo sucede con el personaje de Cástula, una mujer víctima de la violencia patriarcal que a veces se convierte en bruja y otras en vagina dentada al utilizar el odio y el erotismo para reinventarse su relación con el mundo. Por ello, Furia es la historia de aquellos que encuentran en las fuerzas destructivas del erotismo, una vía para aniquilar la crueldad del mundo como sugiere Martínez Ruiz. Pero no es una entrega hedonista como otros escritores mexicanos—en su mayoría hombres—lo han visto. Pienso en Salvador Elizondo—autor citado por medio de un epígrafe en la novela—o Juan García Ponce. Para Mendoza, a diferencia de estos autores, el erotismo es un discurso político y ético que implica la revalorización de los cuerpos vulnerables y la posible transformación del trauma, para que éste no pase de la misma manera a futuras generaciones.
La novela demanda pausas del lector. Por momentos, es difícil seguir el hilo de las diferentes historias y temporalidades que parecen una misma. Esto no debe asumirse como falta de habilidad o maduración estilística. Más bien, me parece que la destreza literaria de Mendoza requiere no solo de una lectura atenta sino crítica y, para ello, el lector debe pausar y tomar distancia. Quiero decir, no es un libro para impacientes.
Para aquellos que se entregan de lleno a su furia, el final inesperado subraya nuevamente la maestría literaria de la autora y nos recuerda que en Furia nada es absoluto puesto que ese afán totalizante solo puede se acabar en un infierno. Por ello, todo es relativo en la novela y es el entrelazar de los cuerpos—como viene insistiendo el feminismo desde hace varios ayeres— la fuerza que hace que los personajes sobrevivan en medio del desamparo y la hostilidad. La novela acaba con la siguiente imagen: “Durante años, pero no para siempre, en el sueño de Daniela aparecerá Salvador como un héroes triste y lujurioso: ella se entregará a él a pesar de percibir en su piel un tenue olor a cadáver”. La posibilidad que abre ese “no para siempre” está contenida en el deseo erótico de Daniela. Cabe al lector decidir qué se mantiene del sueño: la furia de la lujuria o la sensación negativa de la tristeza.