Hoy una reseña magnífica de un libro que solamente se puede describir con superlativos: El infinito en un junco (Siruela/Vintage) de Irene Vallejo. Premio Nacional de ensayo, la obra es un compendio históricos y cultural sobre el invento del libro, además de una narrativa ensayística con gran calidad lingüística. La lectura es preciosa y de una gran minuciosidad por la académica y escritora Rita Wirkala, quien desde Seattle nos invita a leer y nos transporta a sus páginas.
Irene Vallejo nació en la ciudad de Zaragoza, y ella misma dice que al ser Zaragoza una ciudad romana, esto le ha inspirado leer los clásicos. Obtuvo sus Doctorados, uno en la Universidad de esta ciudad y otro en la de Florencia. Irene es columnista habitual de El País y Heraldo de Aragón, y es autora de dos libros infantiles, dos novelas y tres colecciones de ensayos, artículos y relatos breves. Los premios y reconocimientos suman ya una docena, pero es El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, el libro que la ha lanzado a la celebridad. Este libro recibió el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Recomendación de Librería. Las publicaciones ya realizadas y las que están por lanzarse, suman ya más de 30 paises. El libro acaba de ser traducido al inglés con el nombre de Papyrus. The invention of books in the ancient world.
El extraordinario libro de Irene Vallejo se cuenta entre aquellos que, cuando más nos alumbran, más deseamos que nos sigan alumbrando y deslumbrando. Tal vez no sea para todo tipo de lector o lectora, sino para aquellos a quienes los mueve ese deseo de saber que enciende los espíritus.
No es fácil hacerle justicia en pocas páginas a un libro con tanta riqueza de información y tan bellamente escrito. Me limitaré a destacar algunos puntos relacionados a tres aspectos: la información histórica, el estilo literario y la belleza lingüística.
1. Los datos históricos
La investigación que Vallejo ha llevado a cabo es asombrosa por lo exhaustiva. Estamos frente a una narrativa sobre el invento del libro, y antes aún, el del alfabeto y de la escritura misma, momentos cruciales en el camino humano, resultados de lo que ella llama una “fabulosa aventura colectiva”. Y este viaje al fondo de la noche histórica nos permite asomarnos a un mundo ignoto; una experiencia que colma el deseo de las almas curiosas y ávidas de conocimiento.
Como toda buena novelista, Irene Vallejo juega con el tiempo, pasando del mundo perdido de la oralidad a la aparición de la escritura cuneiforme de las tablillas babilónicas, al alfabeto fenicio y griego, a los primeros libros, al libro impreso, al digital. Con la misma espontaneidad se mueve en el espacio: Alejandría, Atenas, Roma, Florencia, Nueva York, Londres y su propia ciudad natal, entre muchas, son los escenarios donde transita, atravesando siglos y continentes.
Memorables son sus relatos sobre las varias construcciones y destrucciones de las bibliotecas del mundo, comenzando con la afamada biblioteca de Alejandría, fruto del sueño globalizador de Alejandro.
Con una mirada global sobre los procesos de la invención del libro, la autora nos muestra los materiales que se han usado. Luego aprendemos sobre la industria creada alrededor de los libros de la antigüedad: los fabricantes de los rollos de papiro, los cosedores de pliegos, los inventores de las tapas de cuero, la aparición del lomo. Nos presenta a los primeros bibliotecarios, sus incipientes sistemas de clasificaciones, sus esfuerzos por conservar los frágiles rollos, su heroica tarea de salvarlos.
Nos cuenta también episodios de lo más intrigantes y sabrosos chismes históricos, tales como las alianzas políticas y sexuales de Cleopatra o el regalo de doscientos mil libros que Marco Antonio pone a los pies de su reina para enriquecer más aún la Gran Biblioteca.
Las escenas son vívidas y algunas inimaginables desde nuestra ignorante modernidad. De pronto nos encontramos en un antiguo mercado del libro, en Roma, ¿Quiénes son esos copistas y traductores del griego al latín que se afanan sin descanso inclinados sobre papiros o pergaminos, con cañas afiladas y tintas y punzones para delinear letras, hombres que sirven a los ricos romanos y los proveen de libros y hasta de instrucción para sus hijos? La creme de la creme de los esclavos griegos, obtenidos como botín de guerra. La autora nos cuenta:
En los mercados bien abastecidos de la capital [podía] comprarse un intelectual griego a su gusto, {quien] educaría a sus hijos, o simplemente les otorgaría el prestigio de tener un filósofo de guardia en la casa.
Otro dato sorprendente es la extensa lista de mujeres poetas de la antigüedad, de las que nada sabemos, a excepción de la famosa Safo de Lesbos. Duele saber de esta tremenda negligencia. Y va nuestro agradecimiento a la autora por haberlas rescatado del olvido.
2. El estilo literario
El Infinito en un junco no es un mero ensayo académico sino una narración salida de la pluma de una escritora creativa.
Irene Vallejo comienza su libro como una novelista, con una poderosa imagen de hombres a caballo hollando los caminos más recónditos de Grecia. Todo el pasaje está escrito en tiempo gramatical presente, lo que le da una inmediatez atrapante y hasta un escalofrío al pensar en esos jinetes aventurándose en tierras ignotas y violentas. Solo al final de varias páginas nos lo dice. Buscan un tipo muy especial de tesoro: ¡Libros!. Ptolomeo III los había enviado con tal misión, para seguir enriqueciendo la Biblioteca de Alejandría.
El texto se mueve libremente de un tiempo verbal al otro, y también de un interlocutor implícito a otro explícito: el Tú. Tú, lector, nos dice cuando nos recuerda nuestra primera infancia antes de alfabetizarnos, has vivido en un mundo oral, cuando las palabras solo existían en la voz.
Y más nos sorprende ese giro al tú cuando se dirige a Marcial. Después de haber vivido treinta y cinco años en la Urbe (Roma), el poeta vuelve a su terruño en Hispania, y la autora le habla a él con un tono amistoso que solo se lo permite su familiaridad con la obra del poeta romano:
Al menos acabará el insomnio de Roma, el concierto de cocheros que se insultan de noche, la obligación de madrugar y sudar la toga corriendo a casa de los poderosos, las palabras falsas. Bajo el cielo tranquilo de Celtiberia, amigo Marcial, dormirás a pierna suelta.
Vallejo escribe con humor y con emoción. Nos conmueve viajar a través de sus páginas a los tiempos de la oralidad, y escuchar a los bardos. cuando avivaban los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras.
Con este libro vivimos el luctuoso sentimiento de la destrucción de las bibliotecas perdidas, pero al mismo tiempo el de agradecimiento a esos monasterios y abadías donde los libros escapados de la censura de la iglesia encontraron un paradójico refugio.
Con la misma emoción, la autora pasa libremente de la historia universal del libro a su historia personal Nos presenta a una niña crecida en Zaragoza, en el seno de una familia protectora. Pero también confiesa las humillaciones sufridas en un ambiente escolar de bullies atormentadores, lo que ella enfrentó negándose dignamente a mostrar las lágrimas. Vallejo se pregunta cómo encajan esas dos partes fracturadas de su experiencia. Y luego confiesa:
La raíz de la escritura es muchas veces oscura. Esta es mi oscuridad. Ella alimenta este libro.
3. La belleza lingüística y la mirada filosófica.
El lenguaje, vívido y vigoroso, es de una intensidad muy inusual en un ensayo de esta índole. Su “yo” narrador está siempre al frente del texto, y nos invita a pensar.
¿Qué es un libro? Es un regalo precioso fruto de un esfuerzo colectivo, al que siempre nos hemos referido con metáforas textiles. Hablamos de la mente como un gran telar de palabras, de narraciones como tapices, con su trama, con su urdimbre. Seguimos ovillando y devanando las leyendas, nos dice, como Penélope.
Su estilo coloquial y directo resulta refrescante. Cuenta una anécdota sobre una relación entre escritor y lector. Luego cita a Sócrates, quien veía con malos ojos el advenimiento de la escritura, esos “signos muertos”. Y comenta:
Tal vez las letras sean solo signos muertos y fantasmales, hijas ilegítimas de la palabra oral, pero los lectore sabemos insuflarles vida. Me encantaría contarle esta historia al viejo y gruñón de Sócrates.
Tampoco escatima críticas a Platón, a quien admira y reprocha al mismo tiempo, porque a pesar de toda su sabiduría, el filósofo inventó un mito según el cual los hombres injustos se reencarnaban en mujeres, como castigo. Y dice que Las enseñanzas de Platón siempre le han parecido asombrosamente esquizofrénicas.
¡Gracia, Irene, por decir lo que otros no se animan!
Irene Vallejo nos hace pensar en el libro desde una nueva perspectiva: como un invento duradero, que ha soportado los ultrajes del tiempo:
Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor.
Si tengo una gentil crítica hacia la autora, es sobre este párrafo:
Hoy podría resultar triste publicar un libro que solo leerán parientes y amigos; para los autores romanos, en cambio , era la situación más habitual, segura y confortable.
Con la numerosa publicación de libros en nuestro siglo, podría decirse que la mayor parte de lo auto publicado encuentra su público justamente entre parientes y amigos, pero esto no tiene por qué ser triste ni desestimular al escritor o escritora. Este es un pensamiento que inclui en mi libro a Magia de la palabra. Creo que si nuestro libro, o un mero pensamiento que ocupa media página, toca el alma de un solo individuo en la Tierra, las repercusiones pueden amplificarse de forma impredecible, como el proverbial aleteo de la mariposa. Nada es inconsecuente.
El infinito en un junco ya ha tocado muchos miles de almas, y creo que a todos sus lectores nos ha resultado un libro inolvidable.