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Pensando el Antropoceno. Cuarta entrada

Gisela Heffes · 02/05/2022

En sus respuestas al podcast Estéticas del Antropoceno_tres preguntas Giovanna Rivero evoca el concepto de “reescritura literaria” y plantea que, en tanto procedimiento, dialoga muy bien con “la necesidad de reciclar y hacerle frente a la compulsión de consumo que genera la obsolescencia programada”. El proceso de reescritura es un proceso de apropiación de una voz, una escritura, una suerte de ingesta que metaboliza sustancias y palabras, incorporando algunas, desechando otras. Una reescritura que se construye sobre lo que ya está, esa materia narrativa, ya sea textual, auditiva o visual, que propicia a su vez una relectura. Cuando, por ejemplo, leí las preguntas de Giovanna, y las grabé para el podcast, sentí que una a una las palabras que había escrito se volvían una parte de mi. Esa apropiación escrituraria a través de la oralidad da a lugar no sólo un cuestionamiento de nuestras maneras compulsivas de consumir y descartar, sino también abre una posibilidad de construir una comunidad de voces que desplazan el yo individual para devenir una segunda persona plural. 


Esto no es nuevo, claro está. Cristina Rivera Garza experimentó con la reescritura de los primeros fragmentos de Pedro Páramo de Juan Rulfo (1955) en su blog No hay tal lugar, y más recientemente Verónica Gerber Bicecci, en La compañía, reescribe en una suerte de collage textual y visual, el cuento de Amparo Dávila (1959) “El huesped”. Qué mejor ejemplo que Borges para describir un proceso de reescritura. Pienso en los cuentos “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” y “El fin”, donde Borges aborda la “Vuelta” de Martin Fierro y le pone un fin al clásico (omitiendo aquella). La maniobra de Borges es sagaz: Borges se posiciona a la altura del texto clásico y le cambia el final. Ciertamente no se trata de una comunidad de voces, en este caso. La propuesta de Borges es drástica, ofreciendo un desvío (del final estipulado) y una continuidad (otro final). Su propuesta consiste en una intervención, una jugada quirúrgica donde el único testigo de ese final es mudo (ergo, carece de voz). Su escritura reemplaza la anterior, pero sin aquella, no existiría. 


Las reescrituras no necesariamente consisten en planteos corales. Una apropiación es también una forma de extracción. ¿Qué pasa con las historias que, luego de ser extraídas, se reescriben de tal modo que benefician sólo al autor/extractor? Pienso en la controversia alrededor de los textos de testimonios, el cuestionamiento de algunas metodologías antropológicas a partir de las cuales el observador, investigador o documentalista interpela al “otro” a la vez que perpetúa ese lugar de otredad. Una posición de extracción cuyo fin último es componer un trabajo cuyos frutos son recogidos por quien detenta la palabra. Pienso en el periodismo y en la extracción. Pienso en las historias que ofrecen individuos y comunidades que pertenecen a espacios marginales, materia prima que suele ser saqueada de igual modo que tantos otros recursos. En la carta titulada “Suspending Damage: A Letter to Communities” la investigadora Eve Tuck invita a sus colegas investigadores a revisar sus formas de llevar a cabo sus trabajos, método que define como “damage-centered research” [investigación centrada en el daño]. Sugiere que, en su lugar, entablen un tipo de trabajo que reconozca, dentro de una comunidad, la complejidad que caracteriza las personalidades de quienes las habitan y les den espacio a las contradicciones, las “cogniciones” equívocas, erradas, indeterminadas, en un esfuerzo por mantener un sentido de balance colectivo. La articulación de nuevos modos de trabajo e investigación, formas que enfatizan horizontalidades más que verticalidades, generan, como sugiere Tuck, roles que benefician mutuamente tanto a investigadores académicos como a los miembros de las comunidades. No apropiar sino comulgar. Enfatizar más la colaboración y el deseo. En ese desplazamiento emergen formas de apropiación y reescritura que no sólo construyen lugares de conjunción que enfatizan lo coral, un concierto sónico, cromático, visual, sino, a su vez, modos de componer a partir de los fragmentos y las ruinas, lo que yace bajo los escombros de todo proyecto escriturario.


Dice Rivero: la “imaginación literaria tiene ese poder, el de volver a tomar los materiales desechados y acumulados en el sótano del subconsciente y la memoria colectiva y diseñar algo singular. Que no sea original no es importante, porque la idea de la originalidad ha sido cooptada por el capitalismo y utilizada para imprimir muertes súbitas sobre objetos e ideologías”. Apropiarse sin extraer; reescribir en continuidad. Desplazar el ego, su marca distintiva, hacia una pluralidad que compone en ese entretejido material una alianza del lenguaje.