Hablemos, escritoras.

Respirar la ausencia. Casas vacías de Brenda Navarro.

Episodio 124 Reseñas

06/01/2020 · Giulianna Zambrano

“Se hablaba de guerra pero nadie hablaba de nosotras las lloronas. Así me dijo Vladimir que éramos, lloronas, invisibles con un grito ensordecedor. Pero nadie hablaba de nosotras.”"

Hoy presentamos una reseña del magnífico libro Casas Vacías de Brenda Navarro (CDMX 26 feb 1982), publicado por Kaja Negra en 2018 y por Editorial Sexto Piso en 2020. Escuchen y lean la colaboración inaugural de Giulianna Zambrano. Disponible en los Estados Unidos en Shop Escritoras.


La imagen de la casa, según Gastón Bachelard, es parte de la topografía de nuestro ser más íntimo, el espacio cuyo sentido se va construyendo a través de la experiencia de habitarlo, el primer mundo del ser humano antes de salir al mundo. La vida empieza ahí, resguardada. La casa es el nido y el refugio, analogías que enfatizan su posibilidad de cuidar la vida; pero, al igual que nuestro mundo interior, la casa comprende también aquellos espacios disimulados, solitarios y oscuros. Entonces, ¿qué es una casa vacía? En Casas vacías de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), publicada en la web por Kaja Negra en 2018 y por la editorial Sexto Piso en 2020, las casas vacías, como nos dice una de sus protagonistas, son las mujeres destinadas a “albergar la vida y la muerte, pero al fin y al cabo, vacías”. Son el universo que se explora en la escritura desde lo íntimo y lo cotidiano de la experiencia del dolor: el dolor de la ausencia que deja la desaparición forzada, del vacío, de la supervivencia frente a una pulsión de muerte o frente a la muerte misma, de la carencia resultante de un deseo no satisfecho o de una expectativa imposible de cumplir.

Casas vacías es la primera novela de Brenda Navarro, nacida en CDMX en 1982, narradora, socióloga, economista feminista y directora del proyecto digital “Enjambre Literario”. A la novela la anteceden los cuentos “El asalto a Raúl Castro” en El último apaga la luz: Antología de alumnos de la escuela de escritores Sogem-Puebla (2011) y “Jauría de perros” en República de los lobos. Antología del cuento mexicano reciente (Algaida, 2015). En varias entrevistas, la escritora mexicana cuenta que empezó a escribir la novela en 2013, en el cambio de gobierno de Felipe Calderón a Enrique Peña Nieto con la intención de explorar el tema de las desapariciones forzadas, realidad cada vez más persistente en México desde que empezó la guerra contra el narcotráfico. Con ese propósito, decidió empezar con una víctima incuestionable cuya desaparición marca el origen común de una trama que se bifurca en las voces narrativas de dos mujeres innombradas y que funcionan como monólogos internos la mayor parte del tiempo en pasado. La desaparición de Daniel, un niño austista de tres años, en la historia de la primera narradora es el rapto de Leonel en la segunda. Daniel es ese desaparecido que, como nos cuenta su madre, “no era como los otros que era posible que en el fondo se lo merecieran”. Así, Navarro libera al desaparecido de un posible cuestionamiento moral y se interna en la exploración de las formas en las que se narra el vacío que deja la desaparición y el vacío que provoca el rapto.

Ambos monólogos, divididos en tres partes, nos relatan las experiencias que resultan de aquel momento en el que un niño desaparece en un parque mientras su madre mira el celular y una mujer rapta a un niño para satisfacer su deseo de ser madre. La primera narradora muestra el desgarro en la subjetividad que deja la ausencia, nos dice: “Te imaginas todo menos que un día vas a despertar con la pesadez de un desaparecido. ¿Qué es un desaparecido? Es un fantasma que te persigue como si fuera parte de una esquizofrenia.” Ese desgarro se transmite en la cadencia de la prosa, una escritura en fragmentos marcada por el ahogo, la necesidad de la pausa para respirar antes de perder el control. A respirar, nos dice la madre, “se aprende”, se aprende para poder seguir frente al pánico, a la picazón en el hígado, a la culpa, a la tristeza infinita. El deseo es continuar y a la vez morir, como murió Amara, la hermana del padre de Daniel, asesinada por su pareja, dejando a Nagore, la hija, como la hija no deseada, esa hija impuesta a la narradora que a veces desearía que fuese la desaparecida. O, por lo menos, ser ella, la protagonista, la madre muerta, la madre perfecta, la “que se libera de la responsabilidad de velar por dos vidas ajenas” y que no tiene que cargar con la culpa de haber descuidado a ambas.

La segunda narradora nos envuelve en un fluir del pensamiento que se rehúsa a pausar frente a la sensación de vacío, que prefiere llenarlo a toda costa, incluso de palabras, con tal de no mirarlo, de no enfrentar el silencio o la carencia. Un relato marcado por la oralidad, solo interrumpido por la remembranza de algunos diálogos. En algún momento confiesa: “soy de esas mujeres que prefieren estar con el hombre aunque no las quieran y que siempre dice: pues mañana será otro día, pues hay que hacer algo para estar mejor”. Ese “hacer algo” explica el rapto del niño para colmar ese deseo de tener un hija que no se cumple. La llegada de Leonel a su vida supondría la reparación de aquello, pero, como en el fondo lo sabe, “lo que está podrido, está podrido, ni modo”.

La escritura de Navarro no escatima en la exploración cruda del dolor que provocan la ausencia y el vacío, ni amortigua la narración de la violencia patriarcal que en la novela se manifiesta de diferentes maneras: femicidio, golpizas, insultos, las prisiones de los roles de género, el abandono. Aunque en repetidas ocasiones la escritora sugiere que su intención no era abordar directamente el tema de la maternidad; en la construcción tan íntima, honesta y profunda de sus personajes, el diálogo con las nociones de maternidad es inevitable. Navarro escarba en las maternidades desde la intimidad y desde lo más privado de las protagonistas porque encuentra allí un terreno complejo para destejer. Maternidad como mandato. Maternidad como imposibilidad. Maternidad como culpa. Maternidad como condición permanente aun más allá del vacío de la ausencia del hijo o la hija. Maternidad no pedida. Maternidad no deseada. Maternidad asesinada. Maternidad inescapable.

En el contexto más amplio de la novela se dilucida un país marcado por recurrentes desapariciones y muerte, por una burocracia indolente, por la violencia femicida que traspasa fronteras al igual que el machismo que aprisiona. Lo que conmueve es el relato íntimo, la prosa exacta y cautivante de Navarro, que habla de la experiencia doliente cotidiana, sobre todo de las mujeres, frente a esa realidad, a  veces marcado por la perversión, como los rincones más oscuros de las casas.  ¿Cómo se sigue después de todo eso? La vida en Casas vacías insiste, a pesar de todo, y quizás Nagore sea el personaje que le permite a Navarro plantear un atisbo de posibilidad frente a la ausencia y el vacío. Nagore que decide salir de la casa, Nagore que se niega a las penumbras.

Giulianna Zambrano, PhD. (Quito, 1984) es profesora-investigadora de la Universidad San Francisco de Quito, Ecuador. Tiene un Ph.D. en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Texas en Austin. Su trabajo aborda las prácticas de liberación, resistencia, memoria y justicia en escrituras y poéticas en contextos de violencia, catástrofes y represión. También, investiga las conexiones entre derecho y literatura, especialmente en torno a la migración y el derecho a narrar.