Presentamos hoy la reseña del libro Tiawanaku. Poemas de la Madre Coqa por la escritora mexicana Judith Santopietro (Córdoba 28 oct 1983) publicado en Orca Libros, 2019 y traducido por Ilana Luna. Escuchen nuestro podcast y lean la reseña escrita por Liliana Valenzuela.
En el libro Tiawanaku: Poemas de la madre Coqa, la poeta Judith Santopietro nos lleva de la mano por viajes físicos y metafóricos, del cuerpo y del paisaje, de los estados liminales entre la vida y la muerte. Basado en su viaje a Bolivia para escapar de la recrudecida violencia por el narcotráfico en su estado natal de Veracruz, México, Tiawanaku es un acercamiento respetuoso a las cosmovisiones de los kechua y aymara, pasado por el filtro de la poeta en busca de respuestas a crisis existenciales. Escrito en español, y traducido con fino oído al inglés por Ilana Luna, con los poemas presentados en ambos idiomas lado a lado, el poemario contiene una nota de la traductora donde describe el proceso que las llevó, en conjunto, a traducir tan acertadamente junto con la editora Lina X. Aguirre y la poeta este poemario que ahora abarcará más fronteras. Tiawanaku, un pueblo que se rumoraba era la Atlántida de las Américas, es una obra de profundidad que merece un desglose en sus distintas facetas.
En sus primeras páginas, la montaña misma de los Andes aparece como un personaje, ocupando espacio en blanco, reflejada en sus nieves blancas, donde el viajero lucha simplemente por respirar y vencer el soroche o mal de montaña, como en el poema Chakaltaya: “Porque en la cima la luz es diferente/aunque siempre es una exacta luz que traspasa los deshielos/una misma claridad-gamma-cautiva/en esta atmósfera/un fulgor altisonoro que nos ciega”.
También encontramos a deidades como Viracocha y rezos de la alta montaña, y al dejar muchas palabras en su kechua o aymara original, Santopietro provee una textura y un multilingüismo que nos adentra en esos otros mundos. Al final, aparece un glosario con el que el lector sigue aprendiendo más. Dejar esa multiplicidad es una apuesta acertada en pos de desborrar colonialismos. En esta cita, también de “Chakaltaya”: “…el fuego aymara galopa su tiempo inquebrantable/cuento la grieta de esa pausa con un quipu/aquí y ahora la flor sobre su antigua cruz” (quipu es nudo o atadura en kechua).
Se reivindica también el uso de la coqa con “q” y se le desvincula de su uso en la cultura popular como cocaína y tantos otros sinónimos callejeros, donde tanto daño ha causado a tantos. En el poema “Madre Coqa”, la coqa es desde siempre una planta sagrada, rodeada de ritual, agradecimiento, veneración por dar fuerza a los cansados, dar energía a los hambrientos y se convierte en madre: “Madre Coqa el éxtasis y la lejía/hoja que nos nutres con tanta estirpe divina/tu sangre galopa por las nervaduras/hoja que lees el porvenir de un pueblo/calado por la luna y el rayo…”.
El poemario es un acercamiento a los rituales y deidades que conforman ese mundo andino, como en el poema “Ñatita”, donde la poeta se sienta a comer, conversar e incluso ver la tele con una calavera ritual decorada que tiene nombre y a veces sale a pasear: “El 8 de noviembre me pidió llevarla al cementerio/quiso ser discreta en la visita/usó un sombrero de bombín y lentes para el sol/pero ya un tumulto aguardaba a otras ñatitas/para festejar y bendecirles su ajayu” (energía cósmica que genera y otorga vida).
La poeta, que recién había presenciado la muerte de vecinos y familiares en su natal Veracruz, e incluso fue ella misma objeto de violencia, convive con la muerte e intenta hacer las paces con esta. Para ello, huye al sur, hasta los helados parajes de Bolivia. El paisaje exterior se mezcla con su paisaje interior, el frío cala hasta los huesos, el vómito es una constante y a veces la náusea existencial es apabullante, como en el poema “Post-Traumatic Stress Disorder”: “Ingresada por impacto de susto en el hígado/se reintegra pálida por cabalgar hondo en tiempos convulsivos”. Parte médico, parte paisaje anímico al borde de la desintegración, el poema es un testimonio de los costos muy personales de la violencia y un tributo a la fuerza de la supervivencia y de retomar la narrativa de la propia vida.
Pero también hay amor, o algo cercano a este, como en el poema “Las plumas de loro caen desde un árbol”, donde un viajero/hechicero que se transmuta en gato de monte o ciervo, trae plumas verdes del Amazonas y se sospecha hace conjuros de amor al trenzarle el pelo: “atrapa a las mujeres mientras enhebra su cabello/en el centro de una sala deshabitada”.
El viaje descarnado por las alturas y los altiplanos de los Andes termina en Nueva York en un paisaje también helado, donde el hielo es frágil, como lo es todavía la protagonista de este viaje, mismo que debe pisar con cuidado en su peregrinar por el mundo, como en el poema “Hielo fino. No pisar”: “Las arterias craquelan el hielo/cuarteaduras como colonias de arañas abren/la vulva del lago…”
El hemisferio norte y sur siguen conviviendo en la poeta en su ir y venir, y trae recuerdos constantes, una cita del mismo poema: “Ahora el verano revienta en el hemisferio sur/ningún ave sobrevuela Central Park/sólo hay migas de pan regadas por el piso/y un guante que alguien se quitó para fumar/(la aymara se toma una selfie frente al lago/y así evoca el aliento mineral de los Andes)”.
Las realidades y los dolores coexisten, la poeta sigue su migración y la mujer aymara reaparece a lo largo de los poemas, una imagen, un espejo, un símbolo de la mujer indígena que, como Santoprieto, sobrevive y se adapta, adopta visos del colonialismo a su manera, y no permite que se le olvide.
Liliana Valenzuela (CDMX, 1960) es poeta y aclamada traductora al español. Algunas de sus obras son Codex of Love: Bendita ternura y Codex of Journeys: Bendito camino. Su trabajo aparece en Edinburgh Review, Indiana Review, Tigertail, y otras. Ha traducido obras de escritoras como Sandra Cisneros, Julia Alvarez, Denise Chávez, entre otros. Es miembro de Canto Mundo y fue Macondo fellow. Tiene un B.A. y M.A. en Antropología de la University of Texas, Austin.