Hablemos, escritoras.

Tres preguntas con Clara Obligado.

Episodio 409 Estéticas del antropoceno

01/30/2023 · Gisela Heffes

Dudo que la misión de la literatura sea salvar al mundo"

"Creo que la ficción lee hacia atrás y actualiza el pasado como forma de predecir, si es que se lo propone, el futuro", dice Clara Obligado en su reflexión sobre desde donde la literatura responde a los cambios que el hombre está causando en los tiempos del Antropoceno. Escuchemos y leamos las respuestas a las tres preguntas que Gisela Heffes le hace a esta interesante cuentista argentino-española.  


1. Frente a los cambios que el Antropoceno va produciendo en el planeta y las crecientes alteraciones geológicas que los humanos estamos provocando, ¿cuál es el rol de la literatura y el arte, y es posible (o no) dar cuenta estéticamente de estos cambios?

Creo que ambas cosas son posibles: dar cuenta, o no dar cuenta estéticamente de los cambios, al menos de modo voluntario. En todo caso, pienso que la literatura –estoy hablando de la ficción- es más bien un indicio que, clavado en el presente –el autor lo habita de manera irremediable-, observa el pasado y a veces es capaz de adivinar el porvenir. ¿Qué porvenir? Imposible saberlo. Visto así, estaríamos observando la ficción con un prisma profético. Creo que la ficción lee hacia atrás y actualiza el pasado como forma de predecir, si es que se lo propone, el futuro.
Dicho así, queda demasiado taxativo, puesto que es cierto que la literatura también incide en los cambios sociales, pero de ninguna manera me parece que su función sea provocarlos, y ni siquiera referirse a ellos de manera directa, menos aún sumarse a contingentes de autores que ponen de moda un tema u otro. En este sentido, me parece que el mercado, que suele ser quien empuja estos movimientos, falsea y censura a la vez. El Mercado, ya se sabe, es naturalmente autoritario, y necesita serlo para vender libros como si fueran churros. Necesita repetición temática para que el comprador (eventualmente llamado lector), visualice el producto y lo adquiera, y ese es el gran peligro de los “temas” que, con o sin sentido, se ponen de moda.
Pero sucede que la literatura es, para mí, un indicio sutil, un laberinto de señales que no puede navegar en esas coordenadas, aceptarlas sería destruir su esencia. La verdadera literatura ilumina.
En todo caso, estoy mucho más interesada en la búsqueda formal o en la investigación verbal que en la impronta temática, que siempre me parece un poco sospechosa y fácil de manipular. Al menos a mí, es eso lo que me empuja a escribir, la búsqueda formal o verbal de mostrar, de una manera honesta, este mundo roto en el que nos toca vivir. 

2. ¿Cómo visualizar, además de la crisis planetaria y el imaginario escatológico, nuevos mundos o mundos alternativos, tal como lo proponen escritores como Margaret Atwood, cuando señala: “Las utopías van a volver porque tenemos que imaginar cómo salvar el mundo”?

Si, es grande la tentación de escribir, no utopías, sino más bien distopías, con el deseo de representar un futuro al que todos tememos y, al representarlo, hacerlo más “legible”. Creo que todos, hoy, nos sentimos perdidos. Yo misma, que nunca he trabajado en esta clave, me veo ahora escribiendo un relato que sucede en un futuro muy cercano. Pero dudo que la “misión” de la literatura consista en salvar el mundo, y dudo, también, de sus fuerzas para lograrlo. Sin embargo, cuando leemos el pasado en clave de anticipación, nos damos cuenta de que muchas veces los autores se adelantan en la percepción del porvenir, aunque no esté en su deseo, ni siquiera en su conciencia, la tentación de hacerlo. 

3. ¿Cuáles son los textos, trabajos y obras que más te inspiraron a escribir, entre muchos, Todo lo que crece. Naturaleza y escritura, y por qué?

Desde siempre, creo, trabajo muy conscientemente el tema del espacio, que es uno de los elementos que constituye mi obra. Hasta qué punto, al representarlo, damos cuenta, de manera indirecta, de los cambios que nos rodean, hasta qué punto, también, incide en la estructura de una obra. Lo represento y le canto a la vez, porque creo que, en la narrativa, desde siempre, la naturaleza está presente. Todo lo que crece es, dentro de mi obra, una apuesta por cierto tipo de ensayo, que yo llamo “ensayito” porque me gusta verlo así, como un género menor, que bebe de distintos afluentes sin decidirse por ninguno. Nació de un documento al que sumaba todos mis recuerdos ligados con la naturaleza, que son unos cuantos. Un día, en Buenos Aires, conversando con Federico Falco, me contó que tenía un proyecto en el que estaba un poco perdido, y que consistía en escribir sobre alguien que cultiva un huerto mezclando esta idea con los talleres de escritura, que ambos impartimos. De ahí, más tarde, nacería Los llanos. La idea me quedó y, durante la pandemia, me sentí incapaz de escribir ficción, porque la ficción pide, o al menos me pide a mí, que me asome a un abismo del que no sé muy bien cómo voy a salir. Me exige que sea muy honesta, y a la vez que me desdoble, que deje de ser quien soy. Es decir, la ficción me deja más frágil, más débil frente a los estímulos que recibo, y la pandemia ya me hacía sentir frágil sin que buscara más estímulos.
Así nació Una casa lejos de casa, en el que, los primeros días del encierro, hablé de lo que significaba para mi ser extranjera y, poco después, un ensayito en espejo, Todo lo que crece, en el que hablaba de los orígenes de la escritura (de los míos), que están plantados en un momento en el que, sin tener todavía lenguaje, porque era muy pequeña, vi brotar un geranio. Hablaba también de lo que significa perder un entorno familiar. Naturaleza y escritura, dos conceptos que, para mí, siempre han estado unidos. El deseo de nombrar, la certeza de lo visto, y a la vez la imposibilidad de nombrar, que es lo que me empuja a escribir.
Esta observación me llevó, en primer lugar, a María Zambrano, y de ahí fui abriendo la mira hasta observar todos los jardines que me constituían, que eran parte de mi imaginario, desde el Edén en adelante, y en distintas culturas. Obviamente me acerqué a Kafka, es fascinante su relación con la naturaleza, a la mística, “entremos más adentro en la espesura”, a Rachel Carson, Dickinson o Mary Oliver. Pero cuando escribo no leo solo literatura. En este caso me dejé llevar también por Gilles Clément, por ejemplo, que diseña jardines que pueden asimilarse con el hecho de ser extranjera, Santiago Beruete, y su libro Jardinosofía, en el que une ambos saberes. Leí mucho, científicas, naturalistas, filósofos, es un libro lleno de referencias de todo tipo.