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Los restos de los restos de un canon en construcción. Novena entrada: Muñecos de niebla (1955) y Una luz en la otra orilla (1959) de María Lombardo de Caso (Parte 2)

Francesca Dennstedt · 01/21/2023

Parte 2

Si la desolación de los llanos es el escenario de Juan Rulfo, María Lombardo utiliza la neblina de la sierra norte de Puebla como escenario para sus muñecos fantasmagóricos. Muñecos en la niebla comienza con una advertencia de la autora donde nos dice: “Mis personajes ¿son verdaderos o imaginarios? Yo misma no lo se [sic]. Viven en un mundo en el que presencia y recuerdo se confunden. Si quisiéramos encontrarlos se esfumarían en la niebla: único persona real y constante en estos cuentos”. Ante esta condición espectral de los personajes, la autora sugiere dos opciones: arrojar el libro al cesto de basura o resignarse a leerlo. Al igual que Rulfo, recomiendo lo segundo. 

Además de la advertencia, Muñecos de niebla está compuesto por diez pequeños cuentos. Todos ellos suceden en el mismo espacio y en un tiempo estancando en el tedio de sus personajes. Marcado por la tradición oral, el lenguaje está lleno de aforismos, juegos irónicos y regionalismos. Además, los cuentos funcionan como pequeñas viñetas que cuentan instantes del pueblo que devienen en momentos incómodos o irónicos. Por ejemplo, el cuento que abre el libro, titulado “Una pareja envidiable” narra el desenlace irónico y cruel de dos viejos enamorados. Don Pascualito y la Cuartillita viven felices y son la envidia del pueblo por su ternura y rectitud moral. Pero un día la Cuartillita se enferma y en su lecho de muerte le pide al padre que los case porque ella no se puede ir con ese pecado. Don Pascualito responde: “Ah…! Yo no le doy mi mano a una mujer de la calle!” (16) y la Cuartillita muere. Como este cuento ejemplifica, las viñetas de Lombardo narran esos momentos insignificantes de la vida de pueblo donde salen a flote los conflictos y confusiones que surgen de la mezcla de lo nuevo y lo viejo. 

En apenas dos páginas, “Una lección” cuenta la historia de un hombre que llega a la ciudad sin conocer a nadie y vive como ermitaño. Como hombre de rutinas, siempre sale a caminar a la misma hora y con el mismo sobretodo. Un grupo de siete hermanas solteras y descritas como mujeres rebeldes y libres, lo acosa despiadadamente por las calles: haciendo referencia a su vestimenta, le gritan “el del sobretodo” y le avientan papelitos entra risitas que el lector entiende como una coquetería no consensuada. Un domingo —y con todo el pueblo en la plaza— al salir de misa las hermanas divisan al hombre del sobretodo y se disponen a acosarlo. Pero el hombre con grito triunfal dice: “¡No señoritas el del sobrenada!” (90), quedando como Dios lo echó al mundo mientras que las hermanas huyen despavoridas. ¿Lección moral ante el posible triunfo de la mujer moderna? 

Otro cuento que habla sobre las tensiones de la modernidad es “Mi teatro”. El cuento está narrado por la propia Lombardo agregando un elemento autobiográfico o autoficcional donde cuenta la evolución del teatro del pueblo. Por ejemplo, la narradora recuerda que en su niñez el cine se resumía a los westerns pero que después el atractivo era la sorpresa del intermedio. En el intermedio, el dueño del teatro montaba diferentes obras y actos para entretener al público, quién encontraba en la burla su vía de escape. Por ejemplo, un día el show estaba a cargo de una “transformista” que cantaba con una voz gruesa. Al darse cuenta de la “nuez” que “adornaba” su garganta, el pueblo le avienta naranjas a la transformista hasta bajarla del escenario. Un día le toca a la propia Lombardo subirse a este escenario. Pero se paraliza al recordar las reacciones del público especialmente porque “estaba hecha un mamarracho” así que el único ‘elogio’ que recibe es que parecía una muerta. El cuento concluye con una última visita al teatro después de muchos años de no pisarlo. Lombardo nos dice que las butacas ya no son aquellos sillones incómodos y los fantásticos pasteles rellenos han sido reemplazados por chicles y pastillas de goma. Ahora hay luz eléctrica y no se puede fumar. Malhumorada por los cambios, Lombardo apaga el cigarrillo y espera con impaciencia que termine la función de cine.

Si bien los personajes de Lombardo no hablan desde la tumba, son fantasmas atrapados en la niebla que aparecen en los márgenes de la modernidad para develar sus procesos desiguales. Al igual que Rulfo, Lombardo se interesa en pensar subjetividades que nunca se pusieron en escena—la del hombre epiléptico como en “Don chepito el conforme” o la subjetividad negra en “Un comerciante”—en un espacio donde la revolución mexicana pasa lejos y el fenómeno casiquista del que Rulfo habla no determina la vida del pueblo.

En su ensayo “En el país de los muertos”, la crítica literaria / francesa (un comentario sobre quién es ella) Jean Franco dice que Pedro Páramo puede ser una novela que reproduce una visión fragmentaria del mundo, llena de los conflictos y confusiones que surgen de la supervivencia de código previos dentro de un nuevo orden social (150). Muñecos de niebla es otro fragmento de este mundo, instantes que surgen de la mezcla de lo nuevo y lo viejo a través de figuras espectrales que —al igual que los personajes Rulfianos— nos recuerda que lo único real y constante es la niebla que nos abraza ante los procesos desiguales de la modernidad mexicana. Tal vez a Rulfo le gustaba tanto leer a Lombardo porque daba cuenta de esa otra cara de la modernidad a la que quizá tenía menos acceso, una modernidad situada en el espacio doméstico, en la simplicidad de una sala de teatro o en los usos y costumbres de un pueblo aterrado por el protagonismo de sus mujeres. 

Fin